«Lo dije aquí hace cuatro años. Hoy lo reitero: mientras sea presidente del Gobierno, no habrá trasvase del Ebro». Entre estas palabras de Rodríguez Zapatero en la plaza de toros de Zaragoza y su café de ayer con José Montilla, sólo ha transcurrido mes y medio.
Efectivamente, el presidente del Gobierno viene explotando en sus visitas a Aragón, desde hace cuatro años, primero su rechazo y luego la derogación efectiva del trasvase del Ebro que impulsó el Gobierno de José María Aznar.
Su última intervención electoral aún estará fresca para las 15.000 personas que abarrotaron el coso de la Misericordia el pasado 2 de marzo -la víspera del segundo debate en televisión con Mariano Rajoy-. En aquel mitin, Zapatero se permitió decir que Rajoy «demostró falta de cuajo» en el primer cara a cara «porque no se puede tomar por tontos a los ciudadanos ni aquí ni en la Comunidad Valenciana. No se puede engañar a todos al mismo tiempo. Es una estafa general». «No tiene coraje -insistía ante sus incondicionales- para decir qué va a hacer con el trasvase del Ebro si tuviera la responsabilidad de gobernar».
Con trasvase y sin metro
Un año antes, en la presentación de los candidatos socialistas en Aragón para las elecciones autonómicas y municipales, ponía precisamente la aniquilación de esta obra hidráulica como garantía de fiabilidad para otras promesas, en concreto la financiación del metro en Zaragoza: «Sé que creéis que voy a cumplir este compromiso, porque me comprometí a que no hubiera trasvase del Ebro y lo cumplí», se jactaba en medio del regocijo de los socialistas aragoneses. Del metro tampoco hay noticias.
Ya el 3 de marzo de 2004, unos días antes de ganar sus primeras elecciones, regalaba los oídos de sus simpatizantes, mientras coreaban «¡no al trasvase!». Entonces prometió una política «sin trasvases absurdos ni dañar al Ebro».
Pero si ha habido un dirigente político que ha obtenido réditos de la oposición al trasvase, ése ha sido el presidente del Gobierno de Aragón, Marcelino Iglesias, que cuando los populares aprobaron el trasvase tenía tan sólo 23 escaños -gobernaba con menos diputados que el PP gracias al apoyo del PAR, que hoy sigue como socio- y hoy ya cuenta con 30.
En 2002, Iglesias llegó a prometer que dimitiría en caso de que el PSOE se situara a favor: «Si mi partido cambiase de posición y apoyara el trasvase del Ebro, yo no podría estar ni un minuto más, ni un segundo más en el Pignatelli», afirmaba en alusión a la sede del Gobierno de Aragón. Anoche, que se supiera, aún no había presentado la renuncia.
En la hemeroteca de ABC figura también una alusión concreta a Cataluña. «Los aragoneses conocen desde hace tiempo la ley de la gravedad y saben que el agua que llega a Tarragona viene de Aragón», decía Iglesias en una entrevista con este diario en 2003.
Al año siguiente, en una intervención en las Cortes aragonesas tras la victoria socialista, se mostraba entusiasmado: «Qué maravilla, los españoles introdujimos la papeleta y dijimos no al trasvase».
Sin soltar el estandarte antitrasvasista en este tiempo, en el mitin de Zapatero del pasado 2 de marzo, pronunciaba unas palabras que le podrían venir bien ahora: «A mí me da lo mismo que se llevaran el agua con trasvase o con transferencia».
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